Entre arte, comicidad y bravura.
El toro bravo ha sido un animal que siempre ha cautivado al hombre, el es el símbolo de valores eternos como la fuerza, la gallardía y la fecundidad. Bello, imponente, majestuoso, de caminar pausado y entre arrogante, que a su bravura en la plaza.
En Llata capital del folclore huanuqueño, la corrida de toros tiene un brillo especial, una particularidad que se arraiga desde muchos años atrás. Si bien es cierto, que en todos los pueblos del Perú las fiestas más importantes son las que se celebran en honor a un santo o santa, reconocidos como patrones de la devoción y la fe cristiana; en Llata se diferencia de ellos, porque las festividades por el aniversario patrio tienen una
connotación nacional, para cuya ocasión la tierra de Juana Moreno se llena de algarabía con la concurrencia masiva de propios y extraños que llegan de diferentes lugares del Perú y el extranjero.
La plaza de toros de Llata encierra una peculiaridad muy especial, es como un imán que atrae a lugareños y foráneos que visitan nuestra tierra, pues, el ingrediente de esta fiesta taurina está matizada con costumbres portuguesas, donde solamente se torea pero no se mata, y española, donde a mitad de la tarde en los palcos se sirven nuestras exquisitas viandas regionales, como son el picante de cuy, la pachamanca, los chicharrones, los buñuelos acompañado de la rica chicha de jora entre otros, y por supuesto no faltan el chisme, el raje y la tomadura de pelo.
Antiguamente la corrida de toros se realizaba en una plaza antigua llamada Plaza de Acho, lugar adecuado para esta fiesta, la cual quedaba cerrada con barreras especiales que evitaban la huida de los cuadrúpedos y la presencia de los palcos que se armaban con tablas alrededor de la plaza dejando el centro libre para que se desplace el toro y aquellos que se atrevían de entrar al ruedo. Los palcos se cubrían con varias sábanas y frazadas de acuerdo al gusto de las familias y de allí observaban con total comodidad los incidentes del espectáculo taurino.
Al medio día ingresaban al ruedo la banda de músicos tocando la “la Carhuarina”, un pasacalle toril especial para el festejo mientras que las familias procuraban ocupar los palcos oportunamente y el pueblo que no tenía el ambiente parecido se ubicaban detrás de las barreras armadas por personas encargadas de esta festividad.
En Llata capital del folclore huanuqueño, la corrida de toros tiene un brillo especial, una particularidad que se arraiga desde muchos años atrás. Si bien es cierto, que en todos los pueblos del Perú las fiestas más importantes son las que se celebran en honor a un santo o santa, reconocidos como patrones de la devoción y la fe cristiana; en Llata se diferencia de ellos, porque las festividades por el aniversario patrio tienen una
La plaza de toros de Llata encierra una peculiaridad muy especial, es como un imán que atrae a lugareños y foráneos que visitan nuestra tierra, pues, el ingrediente de esta fiesta taurina está matizada con costumbres portuguesas, donde solamente se torea pero no se mata, y española, donde a mitad de la tarde en los palcos se sirven nuestras exquisitas viandas regionales, como son el picante de cuy, la pachamanca, los chicharrones, los buñuelos acompañado de la rica chicha de jora entre otros, y por supuesto no faltan el chisme, el raje y la tomadura de pelo.
Antiguamente la corrida de toros se realizaba en una plaza antigua llamada Plaza de Acho, lugar adecuado para esta fiesta, la cual quedaba cerrada con barreras especiales que evitaban la huida de los cuadrúpedos y la presencia de los palcos que se armaban con tablas alrededor de la plaza dejando el centro libre para que se desplace el toro y aquellos que se atrevían de entrar al ruedo. Los palcos se cubrían con varias sábanas y frazadas de acuerdo al gusto de las familias y de allí observaban con total comodidad los incidentes del espectáculo taurino.
Al medio día ingresaban al ruedo la banda de músicos tocando la “la Carhuarina”, un pasacalle toril especial para el festejo mientras que las familias procuraban ocupar los palcos oportunamente y el pueblo que no tenía el ambiente parecido se ubicaban detrás de las barreras armadas por personas encargadas de esta festividad.
Tímidamente algunos hombres salen de sus refugios y hacen la finta de acercarse al toro, luego corren, aparecen otros más que hacen algunos movimientos tentativos; por allí, no falta un borrachito que se enfrenta al animal en una actitud temeraria con intenciones de lucirse como torero, muchos son violentamente elevados por los aires, y luego terminan rodando por el polvoriento suelo y volver a su realidad.
En la actualidad poco han cambiado nuestras tradicionales corridas de toros, ahora tenemos un coliseo especialmente construida, a la que llamamos “ Plaza Pamplona”, que nos permite apreciar con mayor comodidad las cuatro tardes taurinas.
Cada embestida al capote nos da esperanzas de una magnifica faena, al caer la tarde, se cierra una jornada más que no tiene el mismo epílogo que sus antecesores, conforme el sol se oculta se cierra otra historia
entre el toro y el torero, pero dejando la sazón de que siempre esto volverá a repetirse, pero con diferente historia , con otros actores que estarán frente a frente en la batalla, tal es el caso de los burladores quienes vestidos con un atuendo muy particular se enfrentan a cada toro haciendo piruetas y saltos estratégicos como los malabaristas de los circos y hacen reír a chicos y grandes, realmente son espectaculares y divertidos.